lunes, 10 de diciembre de 2007

CAVILACIONES 130 - FINALES FELICES

Había una vez un hombre que ignoraba que ignoraba.
Salía a las mañanas de su casa al trabajo, luego hacía diligencias, se reunía con amigos, se comparaba cosas, a veces iba a bailar o tomar algo y de vez en cuando jugaba al fútbol cinco.
Nunca se había preguntado que quería de la vida.
Y como hace cinco años que estaba de novio, ya habían puesto fecha de casamiento, ambas familias estaban muy contentas de la pronta unión.
Sus actividades estaban ordenadas de manera que no hubiera huecos vacíos en los que pudiera detenerse pensar.
Al tener un trabajo estable por los últimos dos años ya estaba planeando meterse en un crédito hipotecario a pagar en cincuenta largos años.
No sabía tampoco quién era él.
Su última adquisición fue un Clío, una belleza, pagada en cuotas, el pantalla plana era la siguiente compra.
Tampoco había existido la posibilidad de plantearse nada, pues los temas existenciales le generaban escozor y aburrimiento a la vez.
Una tarde aconteció que se quedó en casa, se había aguado la ida a la montaña y habían cortado la luz. No tenía ganas de leer, ni de cocinar, de limpiar o acomodar… tampoco se le ocurría nada interesante para hacer. Apagó la música del mp3. Se puso el piloto y se paró frente a la puerta. Una angustia empezó a crecerle en el pecho, los ojos se le empezaron a humedecer. Bajó el picaporte y se hizo a la calle. Para cuando llegó a lo de su novia la lluvia había ocultado las lagrimas…
Una parte de él quiso quedarse en la lluvia, quiso que el agua lavara años de postergaciones, quiso develar un yo dormido que habitaba muy oculto, pero la otra parte caminaba rápido, saltando charcos, esquivaba gente, ocultando el rostro, y al ver la cara de su novia barrió con lo poco de congoja que aún quedaba, y con ello la posibilidad de ver eso que nunca más pudo asomar, pues esta persona, no tuvo la suerte de recibir alguna desgracia, algún evento inesperado, alguna gran decepción, en el resto de su vida que le hubiera permitido rasgar el velo de la muy habitada realidad tejida de huecas convenciones que a diario le guiaban a formar parte de un gran rebaño.
El casamiento fue digno de un cuanto de hadas.
Fueron felices y comieron perdices…

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