lunes, 10 de diciembre de 2007

CAVILACIONES 118 - CUIDADOS INTENSIVOS

El jardinero salio a la mañana temprano, le esperaba un día de mucho trabajo, mientras bajaba las escaleras iba consultando la agenda, tenía una cita en treinta minutos con Marta, una mujer de unos 60 años con problemas para ponerle límites a su hijo adolescente, en el café de la estación.
Luego de haberla escuchado, se tomó el micro hasta Godoy Cruz, y fue a la casa de Diego, un hombre de unos cuarenta años harto de su trabajo, el cual mantenía hace veinte años a costa de su salud y de su familia, sintiéndose imposibilitado de cambiarlo debido al miedo de ser un desocupado.
Almuerzo con Beatriz, de contextura pequeña miedosa de salir a la calle, su piel era casi transparente y su cabello rojo zanahoria.
Una gaseosa y un tostado con Teo el artista que vive de sus padres y que nunca presento un cuadro por miedo al rechazo.
Cena con Alberto el hombre grande que teme contarle a su mujer sobre la enfermedad congénita que le detectaron hace diez años por miedo que su frágil corazón no resista la noticia.
Terminado el día, ya en su casa, acariciando a su gato negro, el Jardinero se pone cómodo, mientras escucha los mensajes guardados en el teléfono, con satisfacción va llenando su agenda de nuevos compromisos, cuenta la cantidad de vidas a su cargo y sonríe al ver el número de treinta personas de diferentes edades, clases sociales, y problemáticas.
El Jardinero reflexiona sobre su trabajo, y sobre lo oculto de sus verdaderas intenciones.
Para él las personas son como animalitos, o mas elementales, como plantas, que esperan que les alivien de sus plagas, haciendo a los demás escuchar sus problemas, sus malos pensamientos, sus miserias, todo para aliviarse de una tensión interna que viven como incómoda e inservible, y ahí es donde él, el Jardinero entra, con su oído como una hipodérmica que drena esa energía vital, dejándolos sin la suficiente fuerza interior para generar un cambio real en sus vidas, haciendo de sus existencias un infierno diario, sin poder pensar con claridad, escapando del dolor que les pudiera permitir juntar fuerzas para salir de la trampa autoimpuesta…
El mantiene a su jardín cortito como el césped, alineado, sin sorpresas, sin sobresalientes, imposibilitando, podando, atando las raíces, haciendo bonsáis, y todo simplemente por maldad, y encima le agradecen que los escuche, hasta le llegan a llamar “ángel”. Siguiendo en sus cavilaciones enciende el microondas, “si solo supieran que de que clase de ángel están hablando”, piensa, y sonríe.

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