
Si te detuviera en tu camino hacia algún lugar y te preguntara porqué decides caminar sobre tus codos sangrantes en vez de sobre tus piernas, estoy seguro que te enojarás conmigo, pues no comprenderías mi observación.
Si te preguntara sobre porqué eliges comer acostado boca arriba entre ahogos y lágrimas, estoy convencido que me escupirías la comida a medio masticar echándome de tu lado.
Si te llamara a reflexión sobre el cinturón apretado que cada mañana sueles ponerte para atravesar el día, es muy probable que te quedes mirándome con los ojos llenos de furia.
Si te inquiriese sobre las espinas que llevas a tus costados, que no dejan de pinchar a cuantos se te acercan, me doy cuenta que me empujarías fuera del escenario con los dientes apretados y las muelas rechinando.
Si tocase el cristal en el que te has encerrado para evitar ser dañado, estoy seguro que aullarías como una alarma y meterías más la cabeza entre tus brazos.
Si lo sé con tanta claridad es porque solía habitar el limite interno de tu reino hasta que un día el aire se hizo escaso para estar los dos.
Al salir esa tarde, recuerdo, vos preferiste quedarte.
Ahora yo he decidido quedarme aquí al costado; esperando.
No observaciones, no miradas, no sonrisas.
Quieto, de respiración apacible, mente clara atenta a la eventualidad, expectando, quieto para caer de a poco en el sueño de tu olvido y formar así parte del paisaje inerte que rodea tu perfecto globo de soledad.
Entonces, un día, cuando pienses todo muerto a tu alrededor y salgas a tomar aire fresco, sacudiré mi sopor y nos volveremos a encontrar.
Mientras, el tiempo es vasto y la paciencia es mucha.
Hasta siempre, recita mi mente; hasta siempre...