
Primero pensé en las asiduas hormigas protegiendo a los pulgones del rosal para ordeñarlos con sus antenitas.
Luego se me vino a la cabeza la gallina mantenedora de la homeostasis del gallinero, esa que recibe los picotazos de todas para no tener que picotearse entre ellas.
La almeja con su perla fue otra ocurrencia, eso de que la incómoda arena que se les mete es transformada en una bella perla.
Nada en la naturaleza me pareció satisfactorio para hacer metáfora de su comprometida actividad.
Él era un tipo simple dado a complicarse, y me costó trabajo darme cuenta. Al principio yo solía caer en su trampa: La de creer que necesitaba ayuda, un consejo, apoyo, contención, orientación, pero me equivoqué, no era eso lo que él buscaba.
Casi siempre hablábamos de lo mismo, cambiaban los nombres pero las situaciones se repetían, había tantas recurrencias que empecé a pensar que estaba metido en un infinito “déjà vu” cuando me juntaba con él.
Supongo que al tiempo de conocernos yo me había involucrado sentimentalmente de alguna manera, algo de buen samaritano tengo, así que no puedo evitar sentirme involucrado cuando veo sufrir a un par, y tal vez por eso es que me costó tanto separar las cosas para arribar a la concusión que ahora te cuento.
A este muchacho le gustaba sufrir.
No a la macana, luego entendí, sino que, como le gustaba escribir, se metía en lios, buscaba gente con deficiencias en lo que él iba a pedirles para, a continuación, poder decepcionarse, correr a ahogarse en angustia e incomprensión y luego escribir sobre ello agregando un poema más a lo que sería su libro.
Libro por el cual sería recordado para siempre, solía decir.
No tardé en a ser alguien molesto para él, comenzó a mostrarse agresivo conmigo, pienso, ahora a la distancia, que le molestaba tanto optimismo pues atentaba contra su inspiración, ya que si no se deprimía, ¿Sobre qué iba a versar su próximo poema?
Así continuó la historia hasta donde pude saber: Elegía sin cesar relaciones inconvenientes para salir herido, mas no muerto, a escribir con roja tinta los versos de su desgracia.
Nos dejamos de ver.
La gallina, la almeja, ni la sacrificada hormiga podían explicarme una manera de llevar la vida tan extraña, pues los animales, como sabes, no tienen voluntad ni decisión, no son libres, a diferencia de este señor que a diario optaba por el sufrimiento y la incomprensión para alimentar un libro cuyas paginas, yo intuía, no verían nunca la luz, pues al tiempo de usar tanto los mismos zapatos se ponen tan cómodos que te olvidas que los llevas puestos.