miércoles, 20 de agosto de 2008

UNA CABEZA MUY ESTETICA


Carlos veía la tele cuando su lacio cabello se empezó a enrular por acción del noticiero de las 8.
Lo curioso es que no se dio cuenta de ello hasta llegar a la oficina donde una compañera le dijo que le quedaba bien, y agregó que el lacio era medio peligroso de andar luciendo ya que “era un look muy egoísta” mientras mordía un grisín de salvado de avena y jugueteaba con unos clips sueltos en el escritorio.
Mirándose en el espejo, Carlos decidió que su cabello estaba lindísimo y que le daba una “chapa moral” que lo hacía interesante decidiendo quedárselos.
Esa tarde se compró un fijador de pelo de Loreal París extra firme.
Esa semana fue diferente, todos repararon en los rulos, y le dijeron que era “re-buen tipo”, que se notaba lo “buena leche” que era de solo verlo y que “ojala la juventud fuese como él”.
El fijador no hizo efecto, el lacio aparecía cada vez que se distendía.
Carlos empezó a comprar el diario y no se perdía el noticiero, reduciendo de este modo su vida social.
En las pocas reuniones a las que iba adoptó la costumbre de hablar sobre lo malo de la situación mundial y cada vez que habría la boca lograba que los rulos se hicieran cada vez más y su cabeza empezara a tener un aspecto afro muy ’70.
“Es importante estar al tanto de las desgracias a las que nos somete el sistema capitalista, la mala distribución de la riqueza y el hambre golpeando a la puerta de los países tercermundistas, la inseguridad en las calles, la necesidad de un régimen más estricto, el libertinaje que inunda nuestras calles, el desparpajo sexual y los embarazos adolescentes, la corrupción de los políticos y del campo Vs. El estado del que no me hagas ni hablar porque me indigna”… decía mientras enarbolaba las manos agitándolas en el aire.
Carlos tenía unos rulos morales magníficos, sin lugar a dudas, y todos se lo hacían saber cada vez que lo veían.
Al tiempo dejó de salir a la plaza, decía que era peligrosa, además no podía perderse el noticiero de las cinco.
“Estar informado es esencial dada la situación horrenda en la que nos encontramos como país” decía, y los rulos se le apretaban más en la cabeza.
En algún punto de su historia Carlos se olvidó que había sido lacio alguna vez.
Se murió un poco más temprano de lo esperable “por vivirse haciendo mala sangre”, “al parecer las venas y arterias también se le enrulaban”, dijeron los parientes mientras tomaban café en el velorio.
Afuera, en el mundo, el país, la provincia, el barrio y en la casa de Carlos, las cosas siguieron exactamente igual, sólo que sin Carlos y, por supuesto, sin sus magníficos y perfectos rulos.

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