lunes, 2 de noviembre de 2009

INTERPRETE



Sentado ante la sonrisa amplia de teclas negras y blancas una vez más se sentía apabullado por lo que pensaba era una falta de creatividad vergonzosa.
Utilizaba el término “fracaso” para referirse a su experiencia con este instrumento.
Si no había partitura delante, sus dedos nada reproducían.
Mediocre era otra de las expresiones comunes en su cabeza, y aunque el resto de la gente la halagara por su virtuosismo, ella no se sentía diferente a un reproductor de mp3 o una cinta grabada por otro.
Yo no soy la creativa, se decía, soy el medio para que se exprese el que compuso la pieza.
Desde los ocho años de dos a cuatro horas diarias, cuando le dijeron que eran necesarias seis para entrar a la orquesta perdió el interés.
Una noche fue al teatro con algunas amigas, ya había visto la obra el año anterior, pero el cine tenía propuestas nada gratas, entonces se sentó en la butaca con poco interés.
La butaca y lo incómodo era más interesante que escuchar al relator de una historia ya conocida.
Será por la negación o que la distracción hizo que la agarraran con las defensas bajas que en un momento de la obra el actor principal logró engañarla, de pronto el escenario no era tal. Ella se encontraba metida en medio de un mundo de intrigas y drama. Rió con ellos, lloró también y aplaudió hasta que le dolieron las manos, luego se excusó con sus amigas y urgida tomó un taxi hasta su casa, abrió la puerta y atravesó la sala como una ráfaga, puso la partitura y empezó a tocar.
Tocó como nuca lo había hecho, con el alma, con el corazón, se despeinó, se sudó entera, entró en éxtasis hasta que la luz de la ventana le avisó que el tiempo había pasado.
Cuando su gato se coló por la ventana se levantó con los dedos agarrotados por la exigida noche y lo alzó entre sus brazo bailando juntos un vals imaginario.
Ella era inmensamente feliz, por fin había podido matar al autor.

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