viernes, 30 de octubre de 2009

CRISALIDA



Se quedaba extasiado al verla sacar la ropa de la cómoda y disponerla sobre la cama. Una prenda al lado de la otra, como si se tratase de un catálogo. Luego aplanaba la palma de las manos y planchaba las arrugas, después se le acercaba con esa sonrisa que amaba desde el primer día.

No sabía en que intersticio se había quedado enganchada, esto era, por lejos, una vida bien diferente de la que hubo imaginado jamás. Había un encanto en las sedas, en la piel velluda, piernas musculosas, el aroma a hombre mezcla con perfume barato de mujer.

Suave deslizar de las medias, el ajuste firme de las bragas, la cinta hipoalergénica sujetando la masculinidad, el corpiño talle XXL no tanto por los senos como por la espalda ancha, bromas que aunque viejas despiertan carcajadas. Una nueva salida.

Una nueva excitación, el escenario de asfalto esperaba fuera y el actor principal estaba listo, gracias a ella y sus artísticas dotes de transformar la piedra en cristal. Una y otra vez las misma preguntas, ¿Qué había pasado? ¿Por qué el viento de la vida la había llevado hasta acá? Lo miraba ya cambiado, la peluca rubia, su incomprensible excitación sexual en aumento.


No podía permitirse desarmar el atuendo, él la amaba por encima de todas las cosas, otras veces tuvieron que romper el encantamiento de la transformación cediendo a la excitación, pero hoy no sería el día, ya se había hecho tarde para su salida mensual. La noche, las luces, los habitantes de los autos.

No se habían casado, bromeaban al respecto diciendo que era porque se iban a pelear por quién iba a lucir el vestido blanco. Tan masculino y tan femenino, él era un cóctel que le había volado la tapa de los cesos aquella vez y desde entonces no dejaba de fascinarle. Una vez más lo vio completamente transformado, una mujer sobre sus tacos. El fuego se adueño de ella. hoy terminaría la tarea sola ni bien él saliera.

La noche lo devoró una vez más, él cedió a cada placer, cobró cada servicio, y añoró la cama con su mujer al despuntar el alba.

Soñolienta percibió el olor a hombre y lo rasposo de los guantes de encaje acariciándole la espalda, giró para abrazar a su amado.

Que bella es la vida, se dijo cada uno en su cabeza sin que el otro supiera y se abrazaron durmiendo en un matinal sueño de domingo.

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