miércoles, 3 de noviembre de 2010

LAS CACAS DE NADIE



Las ratitas corrían bajo el andén, era una noche cálida de verano y la estación de trenes estaba prácticamente vacía.
- ¿A dónde nos vamos?...
- No sé –Dijo el hermano mayor
Y la noche seguía su mudo curso bajo el techo de chapa en medio del reinante olor a excremento.
Una vez, hace tiempo, el hermano mayor le había preguntado si alguna vez había visto a esas personas que defecaban entre las vías y salían corriendo… el más chico nunca se había percatado de ello, pero era cierto que aparecían cacas todos los días y de sus autores no había noticias… luego, entre risas el grande le había explicado que los inodoros de los trenes tiene un agujero que va a parar bajo el vagón y que cuando el tren estaba esperando en el anden algunas personas estaba haciendo lo suyo y era eso lo que caía directo al espacio entre las vías quedando tirado a la vista de todos… a las narices de todos.
- ¿Y si vamos a la casa de la tía?
- No, quédate tranquilo, ya vamos a ver que hacemos…
Uno tenía 9 y el otro 13, el de 9 confiaba plenamente en el de 13.
Las horas pasaban lentas, perezosas, pegajosas.
El verano suele ser caliente e incómodo, incluso de noche, pues no corre viento y los mosquitos salen a procurarse la cena.
- Creo que ya se le debe haber pasado, volvamos a casa… -Dijo el más chico-
El más grande lo miró para apurar un argumento, aunque él sabía que si le decía simplemente que se quedaran toda la noche él aceptaría sin chistar… lo seguía a todos lados desde que tenía memoria, sin embargo se quedo quieto mirándolo en silencio, el de 9 quedó expectante, el de 13 empezó a cambiar la expresión dura del que busca justicia por los azotes propinados de modo injusto por una mirada de comprensión, de ver al otro tan menudo, desalineado, con la cara manchada con tierra de las lágrimas secadas con el antebrazo.
La explosión de hace unas horas atrás se sentía ahora tan lejana como si fuera parte de otra vida, de otra gente.
Él era responsable por su hermanito.
Le dio una palmadita de mano grande en hombro flaco y le dijo:
–Vamos a casa…
El otro sonrió porque sabía que si el gigante lo decía era porque ya no había nada que temer.
Y así volvieron juntos al hogar, el uno con el otro…
…el uno por el otro.

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