Es lógico y esperable que los niños pensemos que nuestros padres son lo máximo y hagamos ensayos de competencias titánicas en la primaria con los compañeros donde las mamás pueden cocinar el más rico arroz con leche o un papá incluso puede levantar un auto del suelo para cambiarle las ruedas a mano pelada.
Es esperable que en la adolescencia los padres sean el ultimo orejón del tarro y les pasemos factura de cada posible fallo en nuestra crianza, de sentirnos incomprendidos o hasta incluso maltratados. Los únicos ídolos serán nuestros amigos y los viejos una permanente molestia interpuestos entre nosotros y un sueño de emancipación sin responsabilidades.
No siempre ocurre que en la vida adulta podamos comprender y ponernos los zapatos de nuestros progenitores para de una vez y por todas perdonar y desatarnos de las supuestas ofensas de las que nos hicieron objeto en la crianza.
A veces el odio puede mas y donde no existe comprensión tampoco quiere hacerse lugar la aceptación.
A veces el perdón aparece cuando ya no hay buzón donde dejar la carta.
A veces nos reconfortamos hablando con el mármol pretendiendo mitigar un arrepentimiento que no deja de reclamar nuestra atención.
Es lógico, es esperable, no siempre, a veces, a veces, a veces…
Hoy nada me ata a los predios vacíos y las flores marchitas, porque pude verte y en vos verme, porque mirando las diferencias cara a cara y aceptando cuando no fue posible comprender me encontré sorprendido con cosas en común.
Hoy me reconozco en mil cosas en vos, hoy estoy orgulloso de quién soy en gran medida por quién fuiste.
Hoy no estás aquí para contarme viejas anécdotas, hacerme reír o sacarme de quicio.
Pero si estás en las cosas que antaño nos separaban y puede entender que eran las que más nos unían.
Hoy hubiera sido tu cumple viejo.
Hoy tengo motivos de sobra para celebrar.
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