viernes, 23 de julio de 2010

SEGUNDA LECTURA




Ella comía de manera mecánica y aunque disfrutaba cada bocado. Luego venía la culpa y el enojo.

El se entregaba a cada nueva aventura romántica como si fuese la última, ponía el alma en cada caricia, en cada contacto. Luego, en la cama vacía se sentía tan vacío como las sábanas.

Ella se reconocía buena compradora, elegía de lo mejor entre lo no tan caro y llegaba a su casa a probarse las nuevas prendas. Luego, a pesar de que jamás se salía del presupuesto, se sentía superficial y vana.

El se iba de juerga los viernes con amigos, bebía y se reían hasta las lagrimas. Luego, en la resaca del sábado se culpaba por no poder cerrar una etapa que pensaba debiera haber trascendido dados sus cuarenta años.

Ella amaba depilarse, ese dolor mezcla de liberación le encantaba. Luego se pensaba perversa de algún modo.

El no podía evitar conocer alguien nuevo en cada salida nocturna. Luego se pensaba como un pozo sin fondo.

Ella amaba que las cosas le salieran bien. Luego se quedaba pensando que algo malo iba a ocurrir para compensar el equilibrio de las cosas.

El veía la novela. Luego se lo ocultaba a sus compañeros de trabajo por pensarse poco masculino.

Ella se llenaba de felicidad cada vez que él le llamaba. Luego no le decía nada por miedo a que la vieran débil y dependiente.

El problema no era el problemas ni para él ni para ella.
El problema era la segunda lectura de la experiencia.
La interpretación, no la acción.
Por eso era un camino sin salida.
A ellos les gustaba.
Pero no les gustaba que les gustara.

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