
Recién me vengo a dar cuenta y al hacerlo me siento bastante tonto.
Había sido engañado desde chico y recién ahora descubro este artilugio maligno metido bajo muchas capas de educación formal, pero claro, no ha sido fácil, antes tuve que pasar por la tristeza y la desazón, algunos sentimientos de culpa y la repetida sensación de ser un inadaptado social…
Admito, me creí todo el rollo por mucho tiempo.
Soñaba con mi casa propia con un patio grande, lleno de árboles frutales; añoraba una vista de los cerezos, ciruelos y almendros en flor… una huertita, pasto verde.
Sufría en cada imposibilidad de llegar, cada revés, pues nada se podía, no alcanza la plata y no había herencias ni loterías que vinieran a rescatarme, a hacer real el doliente sueño de tan larga espera.
Paradójicamente, de chico, no me gustaba ir al campo, mi papá solía ir a cazar y pescar, a mis dos hermanos les apasionaba, a mi me aburría de sobremanera, no lo entendía, estaba prácticamente imposibilitado del goce que les veía compartir a ellos, como quién observa tras de un vidrio.
“¿Y de donde saqué yo tan campestre idea de felicidad?”, me pregunté un día.
Este fue el comienzo de la madeja que tuve que desandar para llegar a develar la cruenta realidad: Se trataba de un sueño prestado.
Una prótesis, algo que parece tuyo pero no es, algo que si no preguntas sobre ello pasa desapercibido ante los demás e incluso ante vos mismo… como los dientes corona y los huesos de platino, te olvidas que no son tuyos, que nunca lo fueron.
Hoy vivo en la ciudad más arbolada del mundo y cuando llega la época de la floración de los almendros, ciruelos y cerezos tengo un millón de árboles para apreciar, para gozar en su belleza inexplicable y desde que develé el engaño suelo salir sólo para verlos, sin horarios, sin apremios.
“pero no son tuyos”, se apura a decir una vocecita.
“¿Y que en la vida realmente lo es?” respondo.
Entonces a la “propiedad privada”, (concepto fundamental en el desarrollo de nuestra cultura que buena o mala nos trajo hasta aquí) le hago un “ukelele” grande como una casa y violo su mandato una y otra vez sabiendo que lo que pudiera ser de otro en términos legales es de todos en un plano mucho más sutil y agradable de ser habitado.
No necesitaba patios de ensueño…
Sólo necesitaba abrir los ojos.